«Una tarde, por fin, lo vi por la calle. Caminaba por la otra vereda, en forma resuelta, como quien tiene que llegar a un lugar definido a una hora definida.
Lo reconocí inmediatamente; podría haberlo reconocido en medio de una multitud. Sentí una indescriptible emoción. Pensé tanto en él, durante meses, imaginé tantas cosas, que al verlo no supe que hacer.
La verdad es que muchas veces había pensado y planeado minuciosamente mi actitud en caso de encontrarlo. Creo haber dicho que soy tímida; por eso había pensado y repensado un probable encuentro y la forma de aprovecharlo. La dificultad mayor con la que siempre tropezaba en esos encuentros imaginarios era la forma de entrar en conversación...»
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